Hoy el mundo gira en torno al tema del coronavirus y cómo los gobiernos están combatiendo de manera exitosa o fallida la pandemia con las campañas de vacunas, prevención y cuarentenas. Este nuevo contexto también ha afectado la forma de hacer diplomacia, olvidando los apretones de manos, las reuniones con café y la conversación cara a cara, dando paso a lo digital de manera abrupta.
Lo que verdaderamente está ocurriendo en las relaciones internacionales es que se está llevando a cabo la ciberdiplomacia o diplomacia digital pública, la cual consiste en usar las nuevas tecnologías de la información y comunicación para alcanzar los objetivos que tiene la política exterior de un Estado de una manera. Estas tecnologías rompen las estructuras jerárquicas y dejan a un lado los intermediarios en los asuntos internacionales, logrando una sociedad civil globalizada con más actores y que no necesariamente son Estados.
La instantaneidad, interacción en tiempo real y la transparencia son parte de las características que tiene este tipo de “soft power” para poder responder ante una sociedad civil empoderada que aboga por información clara y para que los cuerpos diplomáticos puedan promover los intereses, valores y políticas en representación de un Estado en el mundo digital.

Una de las herramientas de comunicación que se usa en la ciberdiplomacia es la red social e informativa de 140 caracteres Twitter. Según el informe anual “Twiplomacy” -que analiza cómo diferentes autoridades y líderes mundiales le sacan provecho a los medios sociales para conseguir influir en política internacional- en 2020 los gobiernos y líderes de 189 países tenían presencia oficial en la red social, lo que equivale a un 98% de los 193 estados miembros de la ONU. Los jefes de estado y de gobierno de 163 países y 132 cancilleres mantienen cuentas personales en Twitter. Por supuesto que no ha sido sorpresa que los hashtags #coronavirus y #Covid19 fueron los más utilizados por los líderes desde marzo 2020.
En gran parte de los casos que analiza el informe, la reputación o marca país ha sido lo más frecuente, en especial como herramienta de propagación de información sobre la pandemia. Y en lo que sí hay una uniformidad es que no puede ser considerada como estrategia el mero acto de twittear algo.
Es sumamente importante la construcción de una estrategia digital donde se puedan delinear los diferentes públicos, líderes o voces relevantes, definir los contenidos, mensajes, objetivos que se quieren transmitir y qué recursos existen para ejecutarla. Aquí es donde la cooperación y coordinación entre una Cancillería y sus equipos en el extranjero debe estar muy afianzada.
Mientras en el mundo se están expandiendo las redes diplomáticas a nivel digital, permitiendo que los embajadores y misiones en el exterior utilicen activamente sus cuentas en redes sociales, eso no está ocurriendo en Chile. De acuerdo a los ejes de la política exterior que describe la Cancillería chilena, el país quiere transmitir que es un actor inserto en el mundo que respeta el derecho internacional, que se apega a los instrumentos jurídicos que regulan las relaciones internacionales, que respeta la vigencia y respeto de los tratados, la solución pacífica de las controversias, la independencia y respeto a la soberanía de los Estados, la preservación de la integridad territorial, la promoción de la democracia y el respeto a los derechos humanos.

Antes de publicar cualquier tipo de contenidos en las cuentas de redes sociales, todos los ministerios del Gobierno deben guiarse por el documento “Decálogo de Comunicación en Redes Sociales para Cuentas Gubernamentales”. En el mismo afirman que Facebook, Twitter, Instagram y Youtube son las principales plataformas de contenido del Gobierno para entregar un mensaje más directo y claro a la ciudadanía, recomendando que las publicaciones se produzcan de manera diaria en un tono serio, cordial, cercano y amable dependiendo del contexto y el timing de la manera más transparente posible.
También hay un capítulo dedicado a la redacción en redes sociales, donde se explicita que la buena redacción y el buen uso del lenguaje es un aspecto clave en el manejo de las cuentas, cuidando así la gramática y la ortografía. Se autoriza el uso de “emojis” (pictogramas) para aumentar la potencia de ciertos mensajes que pueden ser lúdicos, mencionar a otras instituciones que tengan cuenta y evitar mencionar a los medios de comunicación. El contenido de las gráficas debe ser claro y directo, tipografía legible y mensaje conciso.
Aunque exista este decálogo y otros documentos sobre normas gráficas estandarizadas, esto no se puede considerar como una estrategia o protocolo de buen uso de ciberdiplomacia porque no existe una diferenciación específica para las labores de Cancillería.

Dado que Chile no posee una estrategia de ciberdiplomacia, es necesario que sea abordada como una política de Estado donde se involucre a todos los actores que interactúan en las relaciones internacionales. Definir cuáles son los objetivos, las acciones a corto y largo plazo, a los potenciadores de mensajes, identificar a los stakeholders claves y qué tipo de mensajes y/o valores se quieren transmitir tanto a nuestros stakeholders como a la ciudadanía, la imagen país que se quiere proyectar.
Del mismo modo debe existir un consejo asesor sobre diplomacia pública digital que junte a profesionales y expertos de diversas áreas como el manejo de crisis, la comunicación, la cooperación internacional, la ciberseguridad, que sea un centro de generación de políticas públicas acordes al 2021, tomando por supuesto la experiencia de otros países que sirvan como referencia.
Este camino debe ir de la mano con la alfabetización digital necesaria para los equipos de Cancillería con la realización de cursos, inducciones, que puedan ser un incentivo para involucrarse en este nuevo tipo de hacer diplomacia. En definitiva, crear curadores y creadores de contenidos.
También es necesario construir un manual de buenas prácticas para el cuerpo diplomático que utilice las redes sociales. El mejor ejemplo de ello es cómo el ex Presidente de Estados Unidos Donald Trump utilizó su cuenta en Twitter para insultar y burlarse de diferentes líderes. Hay que saber cómo responder y reacciones ante mensajes que son claramente ataques, o provocaciones.

Todo esto será posible si es que se actualiza o reforma la malla curricular de la Academia Diplomática, la cual en el último tiempo ha tomado la decisión de incorporar la innovación, la ciencia y tecnología, la economía digital como cursos. Sin embargo es imperante que se agreguen asignaturas como diplomacia digital pública, manejos de crisis a nivel comunicacional, relacionamiento con los medios de comunicación, buen uso de fuentes de la información, los riesgos de las “fake news” y cómo combatirlas, entre otros.
Entre las buenas experiencias que existen en el mundo en este caso es de las “hub digitales”, que impulsó España, donde un grupo de consulados y embajadas se encargaron de coordinar los contenidos digitales que necesitaban sus pares en otro países, para así aunar contenidos y converger en temas que puedan ser más relevantes que otros, teniendo en cuenta el valor agregado que tiene la cooperación y colaboración entre pares.

Finalmente lo que se debe hacer es empoderar a los equipos y representantes diplomáticos en el extranjero para descentralizar las comunicaciones. El trabajo que se realiza muchas veces no es informado a los stakeholders, generando una brecha de información sobre lo se hace por el país muy abrumante. Por eso es clave tener acercamientos con la prensa y dotar de información constante sobre la imagen de país que se quiere proyectar.
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