Tras doce años de travesía por el desierto, la izquierda recupera el poder en Honduras. Las elecciones del pasado 28 de noviembre dejaron como vencedora a Xiomara Castro, del Partido Libre (Libertad y Refundación), tras una disputada contienda electoral con Nasry Asfura, que reconoció su derrota y felicitó a la nueva presidenta del país.
Finalizan doce años de gobierno del Partido Nacional. A falta de que termine el conteo —los recuentos en América Latina suelen llevar bastantes días—, los datos arrojan una ventaja para Xiomara Castro con un 51% de los votos frente a un 35,8% de Nasry Asfura. Dado que la ley electoral hondureña no contempla un balotaje y sólo se necesita una mayoría simple de votos, se puede afirmar que el Partido Libre se ha hecho con la presidencia del Gobierno.
De estas históricas elecciones podemos sacar datos interesantes: fueron los comicios con mayor participación de la historia del país (69,2%); Xiomara Castro ha recibido más votos que cualquier otro presidente (1,7 millones de papeletas); se ha puesto fin al bipartidismo entre el Partido Liberal y el Partido Nacional con la irrupción de Libre; se han asesinado a 23 candidatos, lo que coloca estas elecciones como las más violentas desde que se tienen registros; y, claro está, llega una mujer a la presidencia del país con la mayor tasa de feminicidios de toda América Latina.
Las razones de este giro no son extrañas a poco que se siga la actualidad del país. Honduras es uno de los Estados con mayores registros de homicidios del planeta (9,95 por cada 100.000 habitantes); la extrema pobreza afecta al 53% de la población; el narcotráfico ha hecho del país un baluarte para los cargamentos procedentes de Perú o Colombia con destino a Estados Unidos, todo ello gracias a la connivencia del poder político; y por si fuera poco a esto se suman dos huracanes en lo que llevamos de año y la pandemia de coronavirus (sólo un 36% de los ciudadanos tiene la pauta completa). Todo ello explica que un gran número de integrantes de las famosas caravanas de migrantes con destino a Estados Unidos estén conformadas por hondureños.
Por todo esto se ha producido un hastío generalizado contra el Partido Nacional, que ha ostentado el poder desde el derrocamiento de Zelaya, y más concretamente hacia el presidente Juan Orlando Hernández, en el cargo desde 2014. Tal es el desgaste que el candidato del partido, Nasry Asfura, no ha podido hacer nada para darle la vuelta al resultado, a pesar haberse beneficiado de una posición de lujo para hacer campaña: la alcaldía de Tegucigalpa.
Los dos mandatos de Orlando Hernández han estado salpicados por casos de corrupción, un matrimonio de conveniencia con el narcotráfico y un retroceso democrático, en especial desde el comienzo de la segunda legislatura. Esta tuvo lugar gracias a la aprobación por parte del Tribunal Supremo Electoral a pesar de que la propia Carta Magna prohíbe expresamente la reelección. La respuesta a ello fueron numerosas protestas en el país con varios fallecidos y numerosos heridos.
Además, su propio hermano Tony Hernández está cumpliendo cadena perpetua en una prisión de Nueva York por cargos de narcotráfico. No sería extraño que, una vez dejara la presidencia, se solicitara su extradición por delitos similares. Las opciones que manejaría el presidente saliente serían o bien conseguir la inmunidad presentándose como diputado al Parlacen o buscar refugio en la Nicaragua de Daniel Ortega.
La naturaleza mixta del Partido Libre
En esta tesitura llega Xiomara Castro a la presidencia del país centroamericano con una serie de interrogantes sobre si este nuevo Ejecutivo emulará al de su marido o si, por el contrario, tendrá un perfil más comedido y ecléctico que el de Zelaya.
Así, ese radicalismo que se le presuponía al partido Libre ha quedado, al menos en apariencia, bastante diluido por la entrada de Salvador Nasralla como vicepresidente. Nasralla, un presentador de televisión bastante célebre en el país y con posiciones más centristas, optó antes de los comicios por formar una amplia alianza con Castro y fortalecer la oposición al Partido Nacional. El fortalecimiento y mantenimiento de dicho pacto será una pieza clave para un Gobierno estable y duradero.
Otra diferencia de Libre con respecto al Partido Liberal de Zelaya es su heterogeneidad. Huyendo de esa uniformidad ideológica, Castro ha concitado diversos movimientos ambientalistas, campesinos, feministas e indigenistas frente a una visión izquierdista más socialista y tradicional. Esta multiplicidad ideológica, sumada al escaso margen de maniobra que permite una sociedad tan conservadora como la hondureña, deja por el momento una imagen de mayor semejanza con los gobiernos de Bachelet, Lagos y Mujica, y no tanto con los de Chávez, Correa o Kirchner.
No obstante, hay quien teme que esto sea un mero lavado de imagen propio de periodos electorales y que, una vez en la Casa Presidencial, sea Manuel Zelaya quien tome las riendas del Ejecutivo desde la sombra. Por lo pronto, fungirá como asesor presidencial, pero no es el único miembro de la familia Zelaya en puestos administrativos. Su hijo Héctor Zelaya ha sido gerente de campaña electoral del partido, mientras que su hija Hortensia y el hermano de Manuel, Carlon Zelaya, serán diputados. Todo ello produce irremediablemente temores de que el nepotismo esté a la orden del día y que los Zelaya terminen siendo algo parecido a la familia Ortega en Nicaragua.
El plan de Gobierno de Xiomara Castro
¿Y qué propone el nuevo Gobierno? A fin de sacudirse cualquier atisbo de extremismo, la posición oficial del partido es “tener relaciones con todos los sectores y Gobiernos del mundo”, pero al mismo tiempo Gerardo Torres, secretario de Asuntos Internacionales de Libre, “desconoce el Gobierno de mentira de Guaidó” y Libre ha formalizado su pertenencia al Foro de São Paulo.
No deja de ser menos cierto que las relaciones comerciales con países como Venezuela, Cuba o Nicaragua son ínfimas. Si nos atenemos a los últimos datos disponibles, del año 2019, veremos que el grueso de las exportaciones hondureñas a Sudamérica van a parar a Colombia y Brasil, al tiempo que Venezuela representa un lánguido 0,36% sobre el total del subcontinente. Ocurre lo mismo en el caso de Cuba, con el 0,12% de las exportaciones totales. Nicaragua, por vecindad, recibe un porcentaje mayor (4,78%), pero por detrás de otros países limítrofes como El Salvador o Guatemala. Pero el gran condicionante es Estados Unidos, que al ser su principal socio comercial (42,2% de las importaciones y el 53,2% de las exportaciones) limitaría las aventuras ideológicas del nuevo Gobierno.
Este mismo peso que tiene Washington sobre la balanza comercial de Honduras dificulta también las relaciones con China continental, con la que Castro quiere establecer relaciones diplomáticas a costa de Taiwán, principal receptor de las exportaciones hondureñas en Asia (20,2%) junto con Corea del Sur. De ser así, Pekín reforzaría su posición en Centroamérica, donde tiene ya vínculos sólidos con El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
La creación de una asamblea constituyente para refundar el país es otro de los objetivos de la nueva mandataria. Aunque la propuesta parece aparcada momentáneamente dado que no se dan las condiciones para ello, levanta viejas sospechas en torno a la perpetuidad del Gobierno. Cabe recordar que una propuesta similar de Zelaya en 2008 para permitir la reelección del presidente fue la desencadenante del golpe de Estado.
En materia social, el nuevo Ejecutivo se topará con una sociedad de raigambre conservadora y donde el papel de la Iglesia se torna crucial a la hora de ejecutar propuestas de corte progresista. El aborto es un caso paradigmático en este sentido. El programa de Libre ha planteado tres causales (violación, riesgo para la vida de la madre y malformaciones fetales) en un país donde la interrupción voluntaria del embarazo se encuentra tajantemente prohibida.
También se mencionaba en el programa la posibilidad de introducir en las aulas un tipo de “educación sexual inclusiva para personas del colectivo LGTBIQ+”. Tras una atronadora polémica en redes sociales, el partido decidió echar marcha atrás y la propuesta desapareció del documento. Radica ahí la dificultad para que propuestas de este tipo se lleven a cabo, en tanto que el porcentaje de población que estaría a favor de las mismas sigue siendo muy pequeño.
Así las cosas, queda claro que el nuevo Ejecutivo recoge un país empobrecido, azotado por la pobreza, la delincuencia, el narcotráfico, la pandemia y varios desastres naturales. No será hasta enero que Castro tome la presidencia y será entonces cuando, una vez a los mandos del país, se verifique si puede sacar adelante todas las propuestas deseadas. Fácil no será. Muchas de ellas se quedarán muy probablemente en el tintero por el recelo de la población, la dependencia comercial de Estados Unidos o el carácter ambivalente del propio Gobierno que introduce Nasralla. Sin olvidar que se despejará la incógnita en torno al papel que desempeñará Manuel Zelaya. Quedamos a la espera.
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