Durante el gobierno de Donald Trump, las relaciones entre México y Estados Unidos se tensaron en demasía. A pesar de que en diversas ocasiones el otrora presidente Trump consideraba un aliado a México, existieron diversos puntos de inflexión que no llevaron a los mejores mecanismos resolutivos. Un ejemplo de esto fue el renegociado Tratado de Libre Comercio de América del Norte el cual, en propias palabras del presidente número 45 de los Estados Unidos, era “el peor acuerdo comercial firmado por su país”. Debido a esto, una negociación que favoreciera a Washington era inexorable. Los temas que más llamaron la atención en su reformulación fueron el fiscal, las energías limpias y la manufactura de automóviles. Este último punto está muy relacionado con la guerra comercial de Estados Unidos con China. El descontento en las instituciones y en la sociedad fue evidente, al tratarse de una renegociación que representaba otra derrota diplomática contra el vecino del norte.

Sin embargo, ese no fue el punto más álgido: la construcción de un muro en la frontera con México, orden directa de Trump, o las constantes violaciones a los derechos humanos en los procesos de deportación donde incluso circularon videos sobre niños que eran “enjaulados” como animales mientras esperaban una resolución a su proceso, generaron una indignación que trascendió las fronteras provocando un disgusto en la comunidad internacional. De este modo se confirmaba el comportamiento agresivo e impulsivo del entonces presidente estadounidense.
No obstante, el problema no terminó ahí: en octubre de 2018 una gran caravana de migrantes provenientes de Centroamérica llegó a Chiapas, México. Los migrantes declararon que su única finalidad era cruzar la frontera de México con destino a Estados Unidos. El descontento de Trump fue evidente y pronto exigió al gobierno mexicano detener la caravana en su país. Amenazó a los países centroamericanos con retirarles los apoyos económicos si no cortaban el flujo migratorio, y a México lo presionó con la posibilidad de tomar su frontera de ser necesario para evitar que llegaran estas personas a los Estados Unidos. Ante la presión, un contingente de militares se dirigió al sur de México a intentar detener el avance y el ingreso de los migrantes centroamericanos. La tensión disminuyó temporalmente; México lograría mantener a los migrantes en su territorio, aunque eso causaría otros problemas a nivel interno.

Entretanto, la decisión gubernamental terminaría generando una enorme inconformidad en la población debido a que los migrantes, como último recurso, deseaban obtener un empleo en la zona sur mexicana cuando el Estado ni siquiera había garantizado un progreso y desarrollo económico en esa región para los connacionales. De cierta manera, el rechazo se convirtió en algo paradójico al ser ahora México el país receptor de miles de inmigrantes. Poco a poco el problema fue encontrando solución, el gobierno mexicano otorgó traslados seguros y organizados que devolverían a los inmigrantes a sus países de origen de forma paulatina. Posteriormente vendrían más caravanas, con mucho menor fuerza y en las que se actuó de manera más efectiva con los mismos resultados.

Ante la salida de Donald Trump y la llegada del demócrata Joe Biden, el panorama de la relación bilateral lucía más esperanzador. Desde la campaña electoral, Biden destacó que el trato a los migrantes provenientes de la frontera con México habían sido maltratados y víctimas de violaciones en sus derechos humanos. Se rechazaron por completo estas prácticas y el ahora presidente hacia la promesa de otorgar un trato humano a los inmigrantes sin importar su nacionalidad.
Es importante entender que cualquier aspirante a la presidencia de los Estados Unidos debe considerar en sus discursos a la comunidad hispana, sobre todo en los Estados con mayor presencia de dicha comunidad, puesto que representan minoría más numerosa en el país con un 13.3% de los electores totales, de acuerdo al Pew Research Center. Por lo tanto, ganarse el voto de los hispanohablantes podría marcar la diferencia en la elección. En cierta medida así fue: Biden resultó ganador en las entidades donde existe el mayor número de hispanos (California, Arizona, Florida, Nueva York y Nevada) quienes le otorgaron su voto esperando ser compensados con mejores tratos y procesos más dignos.

Eso sucedió en campaña; ya en el ejercicio del poder no se han visto muchos cambios. Los lugares donde mantienen a los inmigrantes mientras esperan la resolución de su proceso de deportación no han sufrido cambios y los derechos humanos se siguen vulnerando.
Actualmente, ante la crisis internacional provocada por la COVID-19, los migrantes centroamericanos buscan una nueva oportunidad para llegar a los Estados Unidos. Nuevamente la tensión se reavivó por el tema migratorio cuando Biden declaró: “no vengan” refiriéndose al tránsito migrante. Es entendible que cualquier país, más en situaciones de crisis y con una alternancia en el gobierno reciente, decida priorizar sus intereses con la finalidad de encontrar cierta estabilidad; empero, parece que más pronto de lo esperado, Biden le ha dado la espalda a la comunidad migrante.
Ahora bien, tampoco México cuenta con la capacidad para hacer frente a la retención de migrantes en territorio nacional, por más que en campaña el presidente López haya propuesto otorgar la nacionalidad mexicana a la mayoría de los migrantes, cosa que resultaría muy complicada basado en los preceptos constitucionales mexicanos y en la situación político-económica. Aunque ahora parece que México encontró una mejor negociación con el país del norte.
Con el inicio del programa de vacunación, llegaron a México noticias de que Estados Unidos había producido y comprado más vacunas de las que necesitaba su población total. Pronto la especulación referente a una posible ayuda de Washington empezó a circular. El presidente López ha exhortado en diversas ocasiones, tanto a las potencias globales como a la ONU, a apoyar a los países más necesitados. Incluso declaró a México como un país pobre para así poder recibir el apoyo COVAX brindado por Naciones Unidas.
El escenario estaba definido y las negociaciones comenzarían. Por un lado, México, a través de su canciller Marcelo Ebrard, solicitaba el apoyo con un buen número de vacunas a los Estados Unidos. La oferta fue aceptada a cambio de detener a los migrantes y devolverlos a sus países de origen sin que esto representara algún gasto para Washington. Una negociación considerada un «win-win» (ganar-ganar). Por un lado, México podrá cubrir a 2.5 millones de personas con las vacunas proporcionadas y Estados Unidos se librará de un nuevo problema migratorio en los amaneceres del nuevo gobierno demócrata.

Cuando se habla de las relaciones entre México y Estados Unidos es menester darle importancia al tema migratorio. Datos estadísticos nos muestran que esta interdependencia otorga un crecimiento económico en ambos países. Estados Unidos sale beneficiado con trabajadores que no conocen su derecho a exigir mejores salarios o no cuentan con la capacidad de conseguir un mejor empleo. Es aquí donde se establece un discurso ambiguo: donde los migrantes son utilitarios en los discursos de campaña, mientras que en el ejercicio del poder la inmigración solo genera problemas para los Estados Unidos. Por otro lado, México obtiene con las remesas enviadas desde territorio estadounidense su más grande fuente de ingreso económico.
México sufrió con el poder duro de Trump, no encontró su mejor versión diplomática y batalló con un socio autoritario y poco flexible. Se sintió amenazado y observado durante cuatro años y el margen de maniobra fue mínimo. Ahora con Biden se espera, al menos tras ver cómo fue esta negociación, un poder suave que es donde México ha creado con los años una identidad. Esa identidad que lo caracteriza ante el mundo y con la que puede lograr varias negociaciones rentables. La salud pública actual vive una crisis y la ayuda de las vacunas le otorga credibilidad y confianza a un gobierno que, casi a la mitad de su mandato, parecía perderla. Las elecciones de mediados de año determinarán si el partido oficial mantiene su poder de convocatoria y aprobación o si la oposición recuperará un lugar importante en el contrapeso necesario. Aquí radica la importancia de esta negociación y el triunfo para ambos bandos: tanto Biden como López podrán dar una cara victoriosa, algo que muy esporádicamente sucede en la política internacional.
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