El alarmante descenso del nivel del agua del río Éufrates añade tensión al conflicto entre Turquía y los kurdos, que denuncian un bloqueo deliberado con fines políticos.
Los ríos Tigris y Éufrates, que transcurren a través de los actuales estados de Turquía, Siria e Iraq, han sustentado grandes civilizaciones de la Antigua Mesopotamia, como la Sumeria y la Babilónica. Turquía, sin embargo, ha visto la oportunidad de instrumentalizar sus aguas usándolas como un arma de guerra más contra sus adversarios.
Desde el 27 de enero, Turquía ha empezado a limitar el flujo de agua del Éufrates río abajo, incumpliendo el acuerdo bilateral establecido con Siria en 1987, en el que se fijaba una cantidad mínima de suministro hídrico. Tanto las Fuerzas Democráticas Sirias -la coalición liderada por los kurdos- como el régimen de Bashar al-Assad, quien acaba de revalidar su mandato, han denunciado este “robo de agua” por parte de Turquía, que prosigue su intervención en la guerra civil siria contra las milicias kurdas y el ejército oficialista sirio.
Situación militar en la Guerra Civil Siria (2011 – actualidad) (AFP)
En las últimas semanas, esta incautación de agua por parte de Turquía se ha intensificado, pese a que ésta niega estar reduciendo su caudal deliberadamente, y acusa a las Fuerzas Democráticas Sirias de cortar el suministro eléctrico de la estación que abastece de agua a la región. Este movimiento se produce apenas un año después de que el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, inaugurase una polémica presa hidroeléctrica en el río Tigris, la cual cortó el suministro hidráulico a Iraq, país con una importante presencia kurda. Además, el pantano creado con la presa sumergió a la antigua ciudad de Hasankeyf, de mayoría kurda, un enclave con 10.000 años de historia, provocando la retirada de los inversores europeos en el proyecto.
Presas operativas y planificadas en el Kurdistán turco, principalmente en los ríos Tigris y Éufrates y en sus afluentes (Stratford)
El reciente caso de Hasankeyf sin duda recuerda al de la construcción en los años 80 de la presa de Atatürk -una de los mayores del mundo-, que forzó el reasentamiento de 55.000 residentes de la zona, en su mayoría kurdos y redujo el flujo de agua del Éufrates hacia Siria e Iraq. Asimismo, el casco antiguo de la ciudad de Samósata, la antigua capital del reino helenístico de Comagene, quedó totalmente anegado tras llenarse el embalse, suponiendo una gran pérdida de patrimonio histórico.
La histórica ciudad de Hasankeyf, en el sur de Turquía, antes de quedar sumergida en el embalse de Ilısu (El País)
UNA CATÁSTROFE HUMANITARIA Y MEDIOAMBIENTAL
Gracias a sus 22 embalses en el sureste del país, Turquía ha logrado el control del 90% del caudal del Éufrates y el 44% del Tigris. A fecha de 2019, Turquía ya había reducido en un 80% el suministro de agua hacia Iraq y en un 40% hacia Siria, respecto a 1975. Este acaparamiento de agua, en una región tan árida como es el Levante, ha desatado un proceso de desertificación que ha comportado el abandono de zonas agrícolas y el consiguiente desplazamiento de poblaciones.
Efectos del corte de agua en el río Éufrates (Harwar News)
El bloqueo turco del Éufrates, sumado a la pérdida de infraestructuras y al desplazamiento de población ocasionado por la guerra civil, y a un 2021 especialmente seco, contribuirá a la desaparición de grandes extensiones de cultivo en Siria, así como a la reducción de las existencias de semillas para el año venidero, lo que puede facilitar un gran avance de la desertificación.
En el Kurdistán iraquí, la construcción de presas turcas en el río Tigris, junto con los efectos del cambio climático y la falta de infraestructura de riego, han impedido el retorno de los supervivientes del Estado Islámico a sus comunidades, que no pueden sobrevivir a la privación de agua potable. En las Llanuras de Nínive del norte de Iraq, por ejemplo, con la llegada del Califato Islámico en 2014 se produjo un éxodo de más de 100.000 cristianos asirios, de los cuales, a día de hoy, sólo un 45% han regresado.
Agricultores trabajando sus tierras en plena sequía en las Llanuras de Nínive, en el norte de Iraq (Khalid al-Mousily/Reuters)
CONCLUSIONES
Que la controvertida política hídrica de Turquía genere tensiones con sus estados vecinos situados río abajo, Siria e Iraq, así como con actores no estatales -las diversas facciones kurdas-, no es algo nuevo, pues viene sucediendo desde los años 60. Sin embargo, dada la inestabilidad que sacude la región, el recrudecimiento del bloqueo turco puede avivar su conflicto con los demás actores regionales, en especial con las milicias kurdas y con el régimen sirio, en un momento de relativa calma tras una década de conflicto armado.
En este escenario de alta volatilidad, la comunidad internacional, permanece inmóvil frente a la violación de los acuerdos internacionales y a la grave crisis humanitaria y ambiental que se está gestando en la región. Asimismo, la Liga Árabe mantiene su silencio frente a la postura de Turquía contra la soberanía de dos estados árabes. Un acuerdo en la gestión del agua de estos dos estratégicos ríos se presenta tan necesario para la estabilidad en Oriente Medio, como improbable, dadas las circunstancias. La escalada bélica, sumada a los efectos del cambio climático, que agrava año a año la escasez de este recurso, situarán al agua como un elemento clave de la cooperación, y de los conflictos, en la región.
*NOTA: Los planteamientos e ideas contenidas en los artículos de análisis y opinión son responsabilidad exclusiva, en cada caso, del autor o autores, sin que representen las ideas de GEOPOL 21.
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