Estados Unidos se ha embarcado en una intensa guerra tecnológica con la China de Xi Jinping con el objetivo de ralentizar -ya que paralizar no es posible- el desarrollo tecnológico del gigante asiático.
INTRODUCCIÓN
La administración de Joe Biden ha introducido restricciones a la exportación de chips de última generación a empresas chinas. Se trata de semiconductores avanzados clave para el desarrollo de las tecnologías del futuro: desde la inteligencia artificial hasta la industria armamentística. Claro está que estas restricciones tendrán implicaciones económicas, pero que pasan a un segundo plano dando mayor importancia al aspecto geopolítico. En juego está la supremacía global. ¿Cuál será la reacción de Pekín ante estas nuevas políticas de Estados Unidos? ¿Serán los americanos capaces de frenar el ascenso y desarrollo que en muchos frentes China podría liderar en los próximos años?
LA GUERRA POR EL LIDERAZGO TECNOLÓGICO
Tanto Estados Unidos como China son conscientes de que la supremacía tecnológica es clave en sus aspiraciones para ejercer la hegemonía mundial y liderar la denominada cuarta revolución industrial. Para ello, controlar la industria de los chips y semiconductores que se utilizan en una gama de productos que utilizamos a diario será factor clave: desde teléfonos inteligentes, electrodomésticos o automóviles.
Además, los chips están en constante desarrollo. Los más avanzados se aplican en campos como la inteligencia artificial, las supercomputadoras o la industria armamentística. Se trata de sectores punteros de la economía del futuro y que China aspira a liderar para completar su transición hacia un modelo productivo de alto valor añadido.
Sin embargo, Estados Unidos se interpone en ese camino y lo hace desde una posición de claro dominio. Las empresas norteamericanas controlan el 46% del mercado global de semiconductores y lo más importante es que disponen de casi un monopolio en materia de diseño, investigación y desarrollo. Por detrás de Estados Unidos se sitúan 3 países asiáticos: Corea del Sur, Japón y Taiwán, dónde se concentra la mayor parte de la producción de chips a nivel mundial. La Unión Europea apenas representa un 9% del mercado global.
Finalmente, China va por detrás en este ranking con una cuota del 7%. Hasta la fecha, China se ha concentrado en la producción de chips de gama baja a la vez qué en ensamblar semiconductores de última generación, pero importados de otros países.
UN DESPLIEGUE DE MEDIDAS Y RESTRICCIONES COMERCIALES
El Gobierno chino busca desde hace años impulsar un salto tecnológico en el sector de los chips con inversiones multimillonarias con las que pretende reducir distancias con Estados Unidos. Unos avances que Washington aspira a cortocircuitar.
El pasado mes octubre la administración Biden aprobó nuevas restricciones a la exportación de chips avanzados a empresas chinas, según el documento publicado por la oficina de Industria y Seguridad, donde se detalla la necesidad de restringir la capacidad de Pekín para obtener semiconductores avanzados, desarrollar supercomputadoras y producir chips de última generación. Se persigue el objetivo de impedir que China desarrolle sistemas militares avanzados. Nos encontramos ante un nuevo escenario que más tiene que ver con aspectos de naturaleza de Geopolítica que de relaciones económico-comerciales. Lo que se inició como una “Guerra Comercial” durante la era Trump, ha terminado derivando en una ofensiva tecnológica, como por ejemplo con la imposición de sanciones a Huawei. La administración Biden dan un paso más al frente incluso vinculándolo a la seguridad nacional.
Obviamente estas medidas tienen igualmente consecuencias sobre las cadenas de valor, y no porque el único, solo y exclusivo motivo se perciba desde una perspectiva estratégica y militar, sino porque igualmente obliga a reconsiderar y replantear las cadenas de suministros, de forma que se pueda eliminar a los aliados de China, de forma que se eliminen potenciales adversarios y que sólo permanezcan, en la mayor medida de lo posible, aliados de Estados Unidos.

Principales productores mundiales de semiconductores. (Statista)
Con estas nuevas políticas, las empresas que vendan chips con diseño o tecnología estadounidense no podrán comerciar con China. Además, las empresas chinas tampoco podrán adquirir maquinaria extranjera para fabricar sus propios chips avanzados. Con estas medidas, se está atacando directamente el punto débil del gigante asiático. China importó el año pasado chips por valor de 476,000 millones de dólares. Más de lo que gastó en la compra de petróleo del exterior. China todavía tiene una dependencia muy importante de la tecnología proveniente de otros países y en concreto de los chips. Por lo tanto, realizar un cambio en el sentido de dejar de depender de la tecnología extranjera, ser más autónomo y fomentar la protección de tecnología propia y en concreto de los chips, llevaría su tiempo y no podría realizarse en un corto plazo de tiempo. Está por ver cuál será la respuesta del Gobierno chino ante esta nueva tesitura. ¿Puede permitirse Pekín reaccionar con medidas similares a la ofensiva de EEUU?
LA INDUSTRIA DE TERCEROS PAÍSES, EN MEDIO DE ESTA GUERRA
Pero no sólo China sufrirá el impacto de la guerra tecnológica con Estados Unidos. Aunque Europa no ocupa un lugar de privilegio en el mercado de los chips, sus empresas pueden verse seriamente afectadas. Como ejemplo, Países Bajos alberga a una de las piezas clave en la producción de chips avanzados a través de la empresa ASML que fabrica maquinaria indispensable para producir semiconductores de última generación. La empresa belga IMEC igualmente es líder mundial en el desarrollo e investigación de chips y semiconductores de última generación. Es por ello, por lo que la escasez de chips puede acabar afectando también a las empresas europeas con fábricas en China.

Principales exportadores de microchips a nivel global. (Statista)
Y para tener una visión completa del trasfondo de esta guerra tecnológica, es imprescindible analizar el papel que desempeña Taiwán, ya que se trata de un actor esencial en el mercado global de semiconductores. En la pequeña isla se encuentra el mayor fabricante de chips del mundo: la compañía TSMC es responsable de más del 53% de la producción global de semiconductores. Una cuota de mercado que se eleva al 92% en el caso de los chips más avanzados.
Estados Unidos teme que las tensiones entre China y Taiwán acaben derivando en un conflicto militar. Una hipotética intervención China en la isla provocaría una disrupción en el mercado provocando una escasez de chips a nivel mundial que provocaría graves consecuencias económicas. Algo que ya hemos visto en menor medida con la pandemia cuando se cerraron las fábricas en China y se interrumpieron las cadenas de suministro. Sea por el temor a una invasión en Taiwán o por el deseo de reindustrializar el país, lo cierto es que Estados Unidos ha iniciado una ofensiva para atraer la producción de chips a su territorio. El pasado agosto Joe Biden firmó la denominada “Ley de chips” que presupuesta 52,000 millones de dólares en subvenciones para crear nuevas fábricas de semiconductores.
UN DESARROLLO DESCONOCIDO EN MEDIO DE UN AMBIENTE DE TENSIÓN
Lo que es seguro es que la batalla tecnológica por los chips amenaza con revertir la globalización y la economía mundial camina hacia una división en dos bloques tecnológicos; por un lado, Estados Unidos y sus aliados y por otro, un bloque liderado por China. Una fractura que pagarán en primer lugar los consumidores.
En los años de la globalización, lo que se prioriza era la eficiencia y la rentabilidad; es decir, si en la cadena global de valor lo más eficiente y lo más rentable era diseñar en Occidente y ensamblar y fabricar en China, se hacía. Ahora, ya eso no es solamente lo que se valora; la seguridad también se pondera como elemento clave en un contexto de global.
La globalización tal y como la conocíamos está llegando a su fin. El mundo camina hacia un nuevo orden global con dos bloques enfrentados en su lucha por mantener su condición de superpotencia hegemónica. Estados Unidos ha desatado una batalla tecnológica con China, y el gigante asiático extiende sus tentáculos por nuevos mercados que le permitan adquirir recursos (tierras raras) para continuar con su desarrollo. Esperemos que estas tensiones y posicionamientos por ambos países no deriven en consecuencias que terminen afectando de forma negativa a la economía global.
NOTA: Los planteamientos e ideas contenidas en los artículos de análisis y opinión son responsabilidad exclusiva, en cada caso, del analista, sin que necesariamente representen las ideas de GEOPOL 21.
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