Empujada por la abyecta maniobra del Gobierno ruso de Putin de invadir parte del territorio ucraniano, la Unión Europea se ha visto forzada a reformar su esquema de intereses, siendo uno de ellos su dependencia de terceros sujetos internacionales. A pesar de que esta reformulación no brota a causa de la guerra actual en el Este, ya se podía vislumbrar mucho antes el concepto de “autonomía estratégica”. Veremos entonces a qué nos referimos con este término y cómo contextualizarlo a las circunstancias actuales de la energía en Europa.
Tal y como corrobora el Servicio Europeo de Acción Exterior, en boca del Alto Representante Josep Borrell, el concepto no ha sido engendrado recientemente, bien fuese a causa de la pandemia, la invasión rusa o incluso de la desestabilización de los precios. Dentro siempre de la esfera de la UE, comenta que habría que que remtonarse a 2016, cuando el Consejo ya hizo uso de estas palabras. Pero antes de analizar la definición oficial, se esrarbará en ella primero nosotros mismos.
Ayudándonos del Diccionario de la RAE, sería interesante tomar la quinta definición de la palabra “autonomía”, donde la precisa como el “tiempo máximo que puede funcionar un aparato sin repostar o recargarse”. En términos geopolíticos, la autonomía entonces se referirá al nivel de ataduras políticas, económicas, jurídicas, etc. que un Estado (u Organización Internacional, en nuestro caso) tiene con respecto a otro sujeto para poder subsistir, permanecer, conservarse. Asimismo, esto no significa que implique desengancharse de la red internacional de los mercados y convertir su economía en una autarquía. Por ello, y volviendo al símil de la definición de la RAE, nuestro “aparato” europeo tiene por naturaleza un tiempo límite para funcionar sin la necesidad de apoyo externo, al que le podríamos añadir dos adjetivos más: continuo y constante. De esta forma, recalcamos que, si en algún momento requiriese dicho apoyo externo (ni continuo ni constante), no habría problema alguno, con la diferencia abismal de que, así, no dependería de otros para subsistir, permanecer, conservarse.
A estas alturas, puede que el lector ya se le esté viniendo a la mente la situación que hoy sufre la UE con las energías. En concreto, con el suministro del gas natural procedente de territorios rusos hacia economías europeas que dependen del mismo, algunas hasta llegar a aproximadamente el 100%. El gasto en gas ruso de los Estados miembros (EEMM) es dispar, moviéndose desde el ±9% español hasta el ±94% finlandés.
Si tomamos como referencia la descripción de Esther Barbé sobre la estructura y poder de la sociedad internacional, podríamos extrapolar sus modelos a nuestro caso en cuestión. Respondiendo a las preguntas planteadas en su libro (apartado relativo a los modelos uni/bi/multipolares), en términos energéticos, la dependencia europea del gas ruso respondería tal que así:
– “Quién establece la agenda”. Puede ser mediante la “coerción” (no necesariamente violencia física, como hacia EEMM, aunque sí lo es hacia Ucrania). Algunos Estados cuya importación de gas depende de Rusia en alrededor o incluso más del 50%, preparan desde hace semanas planes de contingencia, como el de Alemania, ante un posible colapso de su sistema energético, provocando una emergencia en su territorio.
Precio del gas ruso por mes (IndexMundi)
– “Quién influye en las negociaciones”. A pesar del ordinario parecer de que quien paga, manda, Rusia ya había condicionado el precio del gas mucho antes de la invasión a Ucrania de 2022, reduciendo la cantidad suministrada a Europa en verano de 2021. Según Kristine Berzina, investigadora senior en la “Alliance for Securing Democracy”, añadido al aumento de la demanda y retiradas de gas de los almacenamientos, provocaron inherentemente el incremento del precio desde abril de 2021. Aunque es la subida de agosto a septiembre, tras el verano, la más notoria de otras muchas que la sucederían meses después
– “Quién tiene la capacidad para formular soluciones”. La panacea sería la vuelta a la normalidad de los mercados tras el boom de demanda tras la finalización de las restricciones por la pandemia o que no hubiese una guerra en Europa derivada de una invasión. Sin embargo, seguiríamos dependiendo de la misma estructura de la que los EEMM hoy se lamentan. Como ejemplo reciente, el crecimiento de la inflación va ligado al aumento de los precios de la energía, por lo que condiciona las cadenas primaria, industrial y comercial al completo. Para analizarlo más fielmente, es interesante que ojeemos la inflación subyacente. Es aquella que no tiene en cuenta ni “el índice energético” ni “el de los alimentos no elaborados”, con el fin de indicar la fluctuación de los precios “de una manera menos errática”. La diferencia en España de estos dos medidores ronda los cinco puntos porcentuales. En definitiva, un sujeto externo condiciona la imposibilidad de gestionar de forma autónoma políticas internas, arrastrando a los EEMM y a la UE a la incapacidad por suministro energético y a una adaptación forzada.
– “Qué políticas producen más impacto a nivel mundial”. La energía, con el otoño/invierno cercanos, ha sido una baza desde hace años para el Gobierno de Putin. A principios de los 2000, Rusia pactó precios especiales de venta de gas con los países CIS (entre los que se encontraba Ucrania). Pero fue en 2005 cuando, en un giro intencionado de presión política, aprobó que se les vendiese a precio de mercado, como a cualquier otro comprador global. Gracias a la investigación de Jonathan Stern, Director de Investigación de Gas en el Instituto Oxford de Estudios Energéticos, se puede afirmar que la “erosión de las relaciones entre Rusia y Ucrania” sucede en un momento en el que los precios del petróleo y sus derivados también habían subido. Esto conllevó recortes de suministro en Europa, de hasta un 40% en Hungría, con el consiguiente desasosiego del continente por la deriva de Gazprom (empresa estatal rusa del gas) y el tratamiento ucraniano al respecto. Finalmente, en 2006 Ucrania cedió aceptando un “aumento de las tarifas al usar los gasoductos de su propio territorio”, provocando una inestabilidad política en el país, que terminó con el derrocamiento del gobierno de la fecha.
Este último episodio al que aludimos, explicado y analizado por Stern en la anteriormente nombrada investigación “The Russian-Ukrainian gas crisis of January 2006”, nos sirve para ilustrar que la situación actual que deriva de varios factores, siendo uno de ellos Rusia, no es nueva. El investigador de Oxford relata en tres puntos las “lecciones y consecuencias perdurables” de aquella crisis, lo que nos ayudará a nosotros a cerrar la argumentación de una autonomía estratégica europea.
- “No depender excesivamente de un solo proveedor o ruta”. En relación a la manida reestructuración del mercado energético europeo y la dependencia, ya no solo de Rusia y su gas, sino de fuentes de energía no renovables y contaminantes en terceros Estados no democráticos y no “europeos”.
- “Conflictos ajenos (bilaterales) afectan a terceros dependientes de algunos de los otros sujetos implicados”. El afán de desestabilización política que caracteriza a la Rusia de Putin es evidente ayer y hoy. La invasión tiene objetivo dual: arrebatarles a los ucranianos su tierra y su vida, y presionar a Occidente con el desmantelamiento de su posición global a través de la inyección de incertidumbre energética a sus ciudadanos.
- “Resolución de conflictos mediante el Tratado sobre la Carta de la Energía”. Este tratado, que sirvió para garantizar el suministro fósil a Estados donde esas fuentes no existen en abundancia (Europa), hoy se vuelve en contra del avance hacia la transición energética verde. Su uso hoy permite amparar a empresas fósiles y no tiene una repercusión eficaz en Rusia, porque no lo aplica (simplemente), a diferencia de cómo el autor lo estudiaba de 2006 en adelante.
Entonces, una vez analizada la situación desde el punto de vista geopolítico-energético, podemos volver a puntualizar qué es la autonomía en la política actual. Según el Consejo en su Plan de Implementación en materia de Seguridad y Defensa de 2016, la definió como “la capacidad de actuar y cooperar con socios internacionales y regionales siempre que sea posible, y al mismo tiempo operar de forma autónoma cuando y donde sea necesario”. Esta definición recoge aspectos estudiados en anteriores párrafos: que debe ser una capacitación de la UE para la UE, con autonomía y no independencia autárquica, en ámbitos necesarios con terceros Estados (importante) socios… No obstante, obvia factores que el propio SEAE reconoce no haber podido lidiar entre los EEMM. Uno de ellos es el “peso de Europa en el mundo”, con China en el horizonte (y Rusia también); la “interdependencia económica”, que a través del multilateralismo se ha mostrado (textualmente) como “políticamente muy conflictiva”; y la “periferia de conflictos o tensiones”, que distorsionan los intereses reales europeos con los de los terceros Estados, ralentizando la consecución de los propios.
Según varios investigadores del Instituto Elcano, la autonomía europea no es sinónimo de soberanía. La primera se nutre de la segunda (poder) y se le administra a la UE por parte de sus EEMM. Y es que la autonomía “emana” de las políticas que la UE lleve a cabo y tenga rango de acción para ello. Lo que nos lleva a consultar ahora a los investigadores del European Council on Foreign Relations, quienes dictaminan que dichos rangos se deberían asumir en “economía y finanzas, seguridad y defensa o política y diplomática”. Algo que, a su vez, nos impulsa a estrechar más el círculo pues, según los investigadores del Finnish Institute of International Affairs, se debería centrar la autonomía en tres dimensiones estructurales: la institucional, la material y la política.
La unión de Estados socios mediante el método de la integración debe tener como base ideales inmateriales, como los defendidos por la UE. Sin embargo, las circunstancias reales acechan a un quebrantamiento de los mismos si no se atienden los materiales, que también posibilitan la subsistencia. Una unión política de Estados, punto culmen de la integración, deberá buscar en sus propios socios la solución a sus carencias y, en última instancia, el apoyo (que no dependencia) temporal de sus vecinos. Soberanía europea “es igual” a autonomía estratégica europea.
NOTA: Los planteamientos e ideas contenidas en los artículos de análisis y opinión son responsabilidad exclusiva, en cada caso, del analista, sin que necesariamente representen las ideas de GEOPOL 21.
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