Han pasado mil días desde el inicio de la invasión de Ucrania. Mil días en los que la paz mundial pende de un hilo bajo la amenaza de una escalada sin control de la guerra. Esquivando este peligro, la política de la administración Biden ha ido encaminada a contener el conflicto apoyando a los ucranianos lo “justo” en cada momento y, en consecuencia, negó reiteradamente su consentimiento para el empleo de los misiles SSM ATACMS contra objetivos en suelo ruso. Sin embargo, esta semana EE.UU. ha cambiado su postura al respecto y desde el pasado lunes ha brindado a las fuerzas ucranianas el uso de una preciada arma de largo alcance. A lo largo de los sucesivos días tanto Reino Unido como Francia han hecho lo propio con sus Storm Shadows.
Al margen de los efectos reales de esta decisión en el campo de batalla, EE.UU. quiere compensar la balanza antes del comienzo de unas previsibles conversaciones de paz promovidas por el que será el nuevo inquilino de la Casa Blanca en 2025 . Se apunta a que la presencia de más de 10.000 efectivos norcoreanos en el frente y las cada vez más estrechas relaciones del Kremlin con los hutíes en Yemen -que podrían desembocar en acuerdos de reclutas árabes por armamento ruso- suponen el plan de Putin para llegar a las negociaciones en una posición más fuerte. El presidente ruso estaría cebando la amenaza de la extensión del conflicto y su determinación en el escenario europeo. Cobra sentido que su reacción haya sido el uso de misiles hipersónicos experimentales -bautizados como Oreshniks– de 3.000 km de alcance y de una velocidad extraordinariamente alta que, teóricamente, no podrían contrarrestar los sistemas defensivos Patriot que suponen la columna vertebral de la defensa antiaérea ucraniana, y que haya amenazado con ataques directos a los países occidentales. Se puede esperar además que las fuerzas rusas realicen una gran ofensiva en el Kursk, ocupado por Ucrania desde el pasado 6 de agosto y que supone la gran baza negociadora de Zelensky.
A su vez, Ucrania debe llegar a las negociaciones con la posición más fuerte posible. Esto le obliga a defender el 40% del territorio del Kursk que aún retiene sin desatender la larguísima línea de frente del Dombás. La demostración de que sus ciudades más occidentales y los puntos estratégicos del país pueden mantenerse en marcha, y el compromiso de todos los partidos políticos en los principios básicos de defensa y funcionamiento institucional son otros dos requisitos indispensables para poder abordar los futuros acuerdos de paz.
Pero es el apoyo firme de los países occidentales lo que realmente da consistencia y credibilidad a su posición frente a cualquier tipo de pacto. La suposición de que Trump reduciría significativamente la contribución al esfuerzo de guerra ucraniano -incluido el sistema Starlink, propiedad de Elon Musk- complica extremadamente la situación de Ucrania.
No obstante, un cierre del conflicto excesivamente duro para ucranianos abriría la puerta a escenarios realmente peligrosos, muchos de ellos consecuencia de la inviabilidad de Ucrania como Estado y de la fractura del país. El debilitamiento de la autoridad gubernamental, las disputas políticas tras el fin de la ley marcial, y la aparición de grupos de resistencia insurgentes contrarios a la presencia rusa en los territorios anexionados podría abocar a una progresiva evolución hacia una anarquía de facto que mantendría la región tanto o más caliente que en la actualidad.
No sólo Ucrania habría sido derrotada, sino que Occidente perdería su credibilidad internacional como aliado fiable y enfrentaría las posiciones de los países europeos del Este -fundamentalmente, Polonia y bálticos- con el resto, socavando la unidad de la UE y, por extensión, de la OTAN.
Se pretende evitar que Ucrania llegue a la línea de meta exhausta y sin apenas fuerzas para poder sobrevivir como nación. En consecuencia, son previsibles nuevos gestos y apoyos a Zelensky procurando no provocar en exceso a Putin y que el hilo del que depende la paz se rompa definitivamente.
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