Pasados dos años y medio de invasión rusa en Ucrania, la contienda no se ha decantado hacia ninguno de los dos bandos. La intervención relámpago planificada por el Kremlin, se ha convertido en conflicto de lenta evolución, la mayor parte del tiempo prácticamente paralizado en términos de conquista de territorio.
El presunto desequilibrio de capacidades militares en favor de Rusia, resultó ser un espejismo evidente ya en los primeros días de combate. Entre otros motivos, el material anticuado, sus deficientes sistemas de inteligencia, una improvisada logística, la descoordinación y la falta de un plan de contingencia, rebajó el nivel de la presumible potencia militar rusa que ha requerido el apoyo más o menos intenso de países como China, Irán o Corea del Norte.
Por su lado, la capacidad y disposición de las fuerzas armadas ucranianas superó las expectativas de la mayoría de los analistas y, por lo visto, también las de los planificadores rusos. La preparación y restructuración del ejército llevadas a cabo ininterrumpidamente desde la primera invasión de 2014, la aplicación de maniobras imaginativas y el fuerte sentimiento nacional igualó lo que a priori parecía una derrota segura. Pasado el shock inicial, esto animó a los países occidentales a apoyar decididamente a Ucrania lo que está manteniendo la resistencia en el frente.
Igualada la contienda, el conflicto corre el peligro de eternizar el desgaste de todas las partes implicadas y multiplica los riesgos de escalada bélica. Ningún actor desea que la guerra se alargue más de lo que ya lo hahecho.
Por supuesto, el mayor drama que está asumiendo la sociedad ucraniana es el coste humano. Con unas bajas estimadas cercanas a los 200.000 combatientes desde el inicio de la invasión, Zelensky se vio obligado el pasado mes de abril a rebajar la edad de reclutamiento de los 27 a los 25 años con la esperanza de poder llamara filas a otros 450.000 ciudadanos para sostener la línea defensiva y acortar los tiempos de rotación en el frente. Sin embargo, el número de soldados no es infinito y con una proporción poblacional 1 a 4 en contra, el desastre demográfico podría convertirse en la condena de la nación.
Ucrania es hoy en día un país devastado por la guerra. Con su infraestructura parcheada, 30.000 civiles muertos según los observadores de la ONU, 6 millones de refugiados en el extranjero (el 15% de la población) y las exportaciones menguadas, su PIB se ha recortado más de un 30%, lo que le obliga a incrementar los impuestos para cubrir los aproximadamente 40.000 millones de dólares que destina directamente a su defensa. Sus ingresos se complementan con endeudamiento continuamente reestructurado (sobre todo, a través del FMI) y ayudas directas provenientes de los países occidentales (másde 73.000 millones en los dos primeros años de invasión). Pero los impuestos están llegando al límite crítico de recaudación y las ayudas aliadas no pueden darse por seguras teniendo en cuenta que cada vez se requerirán mayores importes.
Zelensky y su equipo se esfuerzan en mantener viva la atención en la guerra, pero es evidente que la consternación inicial de la opinión pública internacional ha dado paso a una asimilación del conflicto como parte del paisaje de la actualidad.
Que el Kremlin tenga más margen de maniobra, no significa que no sienta presión por dar carpetazo a su malograda expedición. Si bien, en términos demográficos y productivos, Rusia puede mantener la situación, lo cierto es que el Gobierno ha visto su imagen erosionada con constantes retos como la salida de todas las empresas occidentales del país, la sublevación mercenaria del malogrado Prigozhin, y recientemente, la ocupación de parte de su territorio en el Kursk. Aunque Putin intenta evitar a toda costa una movilización como la de 2022, los reclutamientos voluntarios de kontraktniki son caros y limitados lo que le obligaría a una impopular leva en algún punto.
Si bien los embargos y sanciones occidentales no han sido determinantes, sí lo es la cada vez mayor dependencia económica de China que está relegando a Rusia a un papel auxiliar de Pekín.
Por su parte, los otros actores implicados no se sienten cómodos en una situación caliente que podría escalar en cualquier momento a causa de numerosos factores. Las centrales nucleares expuestas al conflicto juegan un papel crucial en el suministro de energía y son a la vez una preocupación constante ante la posibilidad de un incidente atómico. La implicación de otros países como la prorrusa Bielorrusia o Moldavia vía Transnistria podrían extender el conflicto y sus proporciones causando un efecto dominó en la zona. La involucración en un posible altercado -provocado o no- de países OTAN limítrofes con Rusia implicaría la consecuente reacción de la alianza.
EE.UU. no está interesada en un conflicto enquistado aun cuando éste desgaste a Rusia porque, mientras ve cómo China se hace más fuerte, le obliga a desviar recursos que podrían destinarse a acciones más relevantes de su política internacional, y más concretamente al área Asia Pacífico.
China teme una escalada que termine por dañar definitivamente la economía del mercado europeo y no quita ojo al fortalecimiento de la India, que obtiene ingentes cantidades de recursos energéticos rusos a precio de saldo.
Sin embargo, aunque todos los implicados estarían interesados en detener la guerra, nadie sabe cómo acabar con ella. ¿Con qué se conformaría Putin? ¿A cuánto está dispuesto a renunciar Zelensky? Y, en segundo término, debe evitarse cerrar en falso la situación.
Los protocolos Minsk I y II descansan plácidamente en el cubo de la basura como papel mojado que se han convertido. Estos antecedentes obligan a ser escépticos sobre el cumplimiento por parte de Rusia de cualquier tratado de paz. Pero además seabren incógnitas sobre la reacción de parte de la población ucraniana que podría formar grupos rebeldes que no acatarían lo que interpretarían como un acuerdo de claudicación ante los rusos. En un territorio plagado de armamento, con mafias asentadas y sin un poder estatal fuerte, la actividad partisana o terrorista no sería descartable, lo que mantendría la zona caliente a la espera de una nueva espita para arder.
Así las cosas, solo la garantía de intervención por parte de un tercer actor en caso de incumplimiento (quizá Europa, EE.UU. u OTAN) daría la suficiente solidez a ese acuerdo como para ser firmado. Pero ello conllevaría un compromiso internacional que traería consigo la posibilidad de un enfrentamiento muchomayor que el actual.
Nos encontramos ante una resolución del conflicto aparentemente imposible que va a requerir los mejores esfuerzos de todos los implicados que saben que debe acabar, pero no cómo conseguirlo.
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