El orden geopolítico, desde el 24 de febrero hasta la actualidad, ha dado un giro de 180 grados, provocado por la invasión de Ucrania por parte de las tropas del Kremlin, detonando el statu quo del norte de Europa, con el abandono de la neutralidad por parte de Finlandia y Suecia y su inmediato ingreso a la Organización del Tratado Atlántico Norte.
“La pertenencia a la OTAN fortalecería la seguridad de Finlandia. Como miembro de la OTAN, Finlandia fortalecería a la alianza en su conjunto. Finlandia debe presentar su candidatura a la OTAN con urgencia. Esperemos que los pasos aún necesarios a nivel nacional para alcanzar esta solución sean dados rápidamente durante los próximos días.”
Estas han sido las palabras pronunciadas, conjuntamente, por el gabinete presidencial, dirigido por Sauli Niinistö, y el gabinete gubernamental, encabezado por la primera ministra Sanna Marin, a través de un comunicado oficial, el pasado 12 de mayo, por medio del cual se solicita el inmediato ingreso a la membresía de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, alterando de este modo la histórica neutralidad de la nación escandinava, para hacer frente al peligro que genera compartir más de 1300 kilómetros de frontera con Rusia.

Del mismo modo, desde Bruselas, se espera que Estocolmo se mueva en la misma dirección que su vecino finlandés, abandonando el estatus de neutral, completándose, de este modo, la membresía de los países nórdicos a la Alianza Atlántica.
El movimiento ejecutado por Helsinki y Estocolmo ha sido recibido con los brazos abiertos por la Secretaría General de la organización. Jens Stoltenberg, quien ocupa el cargo de Secretario General de la OTAN, afirmó el pasado jueves, 12 de mayo, que la entrada de Finlandia fortalecerá a la organización, y prometió un acceso suave, veloz y sin titubeos si finalmente presentan la solicitud.
Estados Unidos, baluarte de la OTAN, reafirmó la idea de Stoltenberg. Jen Psaki, Secretaria de Prensa de la Casa Blanca, el mismo día que se pronunció el Secretario General, confirmó que los países nórdicos tendrán el apoyo de Washington al ser “aliados estrechos y valiosos en materia de defensa.”
Si bien es cierto, la actitud frente a esta posible adhesión no ha sido acogida favorablemente por todos los integrantes de la Alianza Atlántica. Turquía, que forma parte del sistema de defensa colectiva desde 1952, ha mostrado su rechazo al ingreso de Suecia y Finlandia, fundamentándose en la acogida de guerrilleros kurdo-turcos de la PKK por sendos países. Aunque es verdad que para el ingreso de nuevos estados es necesaria la aceptación unánime por los 30 miembros actuales, y el rechazo turco imposibilitaría la entrada de Finlandia y Suecia, desde la propia organización se confía en que las negociaciones sean fructuosas y Erdoğan acabe cediendo.
Adiós a la neutralidad. ¿Por qué no se integraron antes a la otan?
El adiós definitivo a la neutralidad, que presenta la más que probable propuesta de adhesión a la OTAN por parte de Finlandia y Suecia, se trata de un movimiento histórico que cambiará el paradigma europeo, en materia de defensa, para siempre.
La construcción de las relaciones exteriores finlandesas ha sido compleja, desde la independencia del país en 1917, por motivaciones fronterizas y geopolíticas. Finlandia, al igual que Suecia, tomó la neutralidad como eje de su política exterior durante el transcurso de la Guerra Fría. A pesar de que nórdico se asemeja infinitamente más a las naciones occidentales, (por su democracia liberal y su estado de derecho) la vecindad de 1340 kilómetros que comparte con Rusia, así como los antecedentes históricos de sus relaciones, guiaron, escrupulosamente, a Helsinki por el camino de la no alineación hasta 1991, cuando tras la descomposición de la Unión Soviética se dieron los primeros tímidos pasos en pos de un distanciamiento parcial de Moscú.
La estandarización de la neutralidad finlandesa fue, en cierto modo, impuesta por el Kremlin tras la guerra que mantuvieron ambas naciones bajo el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Helsinki cedió a las presiones externas rusas para buscar una paz interna que les permitiera reconstruirse bajo el manto de una democracia liberal y una economía capitalista. De este modo, el país nórdico no participó del Plan Marshall, a pesar del estado de devastación en el que se encontraba, y en 1948 firmó el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua (TCAM) con la Unión Soviética. Este acuerdo bilateral permitió a Finlandia deshacerse del hecho de formar parte del Pacto de Varsovia, alejándose de la posibilidad de ser un Estado satélite soviético durante la Guerra Fría, siempre y cuando, el país escandinavo no se acercara a la Alianza Atlántica.
Finlandización es el término, acuñado desde occidente, para definir la política exterior moderna de Helsinki, formalmente establecida en la doctrina Paasikivi-Kekkonen (expresidentes de la República de Finlandia). Este tipo de actuar fue una estrategia política de supervivencia donde, a cambio de estabilidad interna, los finlandeses (que veían a la Unión Soviética como una amenaza a su soberanía, por la frontera compartida y su reducida capacidad militar en comparación a la de Moscú), se sometían a los intereses del Kremlin para ‘no agitarlos’ y provocar una nueva invasión del país nórdico.
Si bien es cierto, desde 1991, la política de finlandización ha menguado drásticamente hasta estallar por completo con la declaración conjunta del 12 de mayo, donde se instaba, por parte de los líderes políticos finlandeses, a la adhesión a la OTAN. La caída de la Unión Soviética, y el consiguiente desequilibrio que provocó en el viejo continente, llevó a Finlandia a replantearse su política exterior. De este modo, Helsinki decidió invalidar el TCAM firmado con la Unión Soviética en 1948 para posteriormente integrarse en 1995, a la vez que Suecia, en la Unión Europea tanto por motivaciones económicas como de seguridad. De este modo, Finlandia se alejaba de la soledad geoestratégica en la que se encontraba, alineando sus fichas junto a las del mundo occidental y adentrándose en el tejido de intereses estratégicos y económicos europeos.
No obstante, en ese momento, no se planteó la incorporación a la Alianza del Atlántico Norte. Por una parte, para no irritar a Rusia y, por otra parte, porque la opinión popular confiaba en mantener cierta distancia con occidente en materia defensiva, ya que esto les había conferido, desde 1945, estabilidad para progresar internamente.
La respuesta rusa a la posible adhesión
La gráfica anterior refleja el vertiginoso avance del apoyo popular finlandés en torno al ingreso a la organización de defensa colectiva desde la invasión de Ucrania. Este amparo a la adhesión trasciende de la opinión popular, llegando a la clase política, incluso a aquellos partidos históricamente contrarios al ingreso en la Alianza Atlántica. Annika Saarikko, líder del Partido de Centro, ha ratificado la propuesta del gobierno, acrecentando este apoyo político.
La respuesta rusa ha sido rápida y concisa. Putin califica de error el abandono de la neutralidad por parte de Finlandia y, desde el Kremlin, amenazan con graves represalias si se confirma el ingreso a la organización, tanto técnico-militares como de otra naturaleza, apuntando que se trata de un cambio radical en la política exterior de Helsinki. El 14 de mayo Rusia cortó el suministro eléctrico a Finlandia por supuesto impago, iniciándose de este modo las primeras medidas tomadas por Moscú en contra del movimiento de la nación escandinava.
NUEVO TABLERO DE JUEGO EN EL NORTE DE EUROPA
La adhesión sueco-finlandesa a la OTAN ha provocado un giro de guión en la geopolítica europea. El abandono de la neutralidad por parte de Helsinki ha movido los cimientos del continente europeo pero, desde el 24 de febrero, la zona este de Europa ya era un polvorín por las acciones ejecutadas desde Moscú. Las relaciones bilaterales Finlandia-Rusia se han jugado siempre desde el (conocido académicamente), dilema de seguridad. Si bien es cierto, Finlandia no suponía un peligro real para Rusia y parecía que desde el Kremlin nunca se atacaría la soberanía del territorio finlandés. Pero, si Rusia fue capaz de atacar Ucrania, un país diez veces mayor y con diez veces más población que Finlandia, nadie le aseguraría el porvenir a la nación escandinava, que había ido reduciendo su gasto en defensa durante la última decada, en gran parte confiadas por el acercamiento ruso a occidente durante el mismo periodo de tiempo.
En cualquier caso, hasta que no se haga efectivo el ingreso en la OTAN, muy probablemente entre finales de 2022 e inicios de 2023, se desconoce la estrategia que diseñará la Alianza. Sin embargo, algunos analistas creen que no se construirán nuevas grandes bases militares, pues probablemente el ingreso se dirigirá a la planificación y entrenamiento de operaciones conjuntas y, principalmente, se orientará en torno al propio carácter defensivo de la organización, determinado en su artículo 5.
La OTAN, hasta que se oficialice la membresía de las naciones nórdicas, ofrecerá medidas cautelares, a fin de asegurar el territorio escandinavo frente a la respuesta del Kremlin a este nuevo pulso.
Lo que sí conocemos es la expansión que se producirá de la frontera que comparte Rusia con la OTAN. Esta pasará de 1213 kilómetros a 2552, más del doble y cambiará para siempre el panorama militar en Europa, con altos costes para la defensa rusa que, desde que se adentró en Ucrania, ve como día a día, su enemigo (la OTAN), se acerca más a las puertas de su casa.

NOTA: Los planteamientos e ideas contenidas en los artículos de análisis y opinión son responsabilidad exclusiva, en cada caso, del analista, sin que necesariamente representen las ideas de GEOPOL 21
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