La ejecución del clérigo chií Nimr Baqr al Nimr el 3 de enero de 2016 fue el gran detonante del comienzo de la “pequeña Guerra Fría” entre Irán y Arabia Saudí, potencias que se disputan la hegemonía regional en Oriente Medio.
El religioso fue asesinado junto a otros 46 hombres acusados de terrorismo, lo que desató la furia de la comunidad chiita de Irak, Líbano, e Irán. Tanto fue así que varios manifestantes atacaron con cócteles molotov la embajada saudí en Teherán. Ese mismo día, Arabia Saudí anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Irán. Comenzó así un conflicto que dura más de 5 años, pero que podría tener los días contados.
¿GUERRA FRÍA EN ORIENTE MEDIO?
Al igual que en las disputas de la segunda mitad del siglo XX entre Estados Unidos y la URSS, el ejército iraní y el ejército saudí no han tenido enfrentamientos directos, sino que han recurrido a la conocida como “guerra híbrida”.
Por parte de Irán, son conocidas sus actividades en la región patrocinando a grupos proxy como Kataib Hezbollah o Asaib Ahl al-Haq. Pero si hay un grupo que ha puesto en verdaderos aprietos al reino saudí, esos han sido los rebeldes hutíes en Yemen.

Los hutíes son un movimiento chiita que participa en la guerra civil yemení, y que ha supuesto todo un dolor de cabeza para el príncipe heredero Mohamed Bin Salman (también conocido como MBS), quien, en un intento de ganar popularidad e influencia regional, decidió intervenir en el conflicto armado de Yemen apoyando al Gobierno reconocido por la ONU. Sin embargo, esta guerra ha resultado ser un auténtico desastre para Arabia Saudí (incluso hay quienes lo comparan a la intervención estadounidense en Vietnam). Los rebeldes hutíes, con la presunta financiación y tráfico de armas por parte de Irán, han conseguido aguantar la presión del ejército saudí, el tercer ejército mejor equipado del mundo. De hecho, los ataques hutíes no se reducen al territorio de Yemen. En 2019, un ataque con drones a instalaciones petroleras sauditas provocó una reducción de más del 50% del crudo del reino.

Arabia Saudí, por su parte, se unió a Israel en los intentos de desestabilizar el acuerdo nuclear JCPOA firmado en 2015, y fue uno de los grandes impulsores de la estrategia de “máxima presión” que implantó Donald Trump para asfixiar económicamente al régimen iraní. De hecho, en 2018, MBS llegó a comparar al líder supremo iraní con Hitler.
BIDEN Y EL FIN DEL APOYO INCONDICIONAL ESTADOUNIDENSE
El 20 de enero de 2021 tomaría posesión como nuevo presidente de Estados Unidos el demócrata Joe Biden, quien tenía planes diferentes a los de su predecesor para Oriente Medio: mientras que Donald Trump había protegido y respaldado a Mohamed Bin Salman en todas sus actuaciones, el nuevo presidente no sería tan amigable con el régimen saudí, como adelantó durante la campaña electoral cuando aseguró que convertiría al reino de Arabia Saudí en un Estado “paria”

Bastaron unos días para demostrar que, efectivamente, la impunidad de la que había gozado el príncipe heredero había llegado a su fin. Una de las primeras medidas del demócrata fue congelar la venta de armas a Arabia Saudí. Una semana más tarde, Biden también optó por poner fin al apoyo estadounidense a las operaciones sauditas en la guerra de Yemen. Estas dos decisiones fueron muy duras para MBS ya que, incluso con el apoyo y las armas de Estados Unidos, su ejército estaba siendo humillado por un grupo rebelde con muchos menos recursos militares.
No obstante, el golpe definitivo al príncipe heredero se daría a finales de febrero con la publicación del informe sobre el caso Khashoggi. Dicho documento vinculaba directamente a Mohamed Bin Salman con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018 tras sus críticas al régimen saudita.
A pesar de la gravedad de las acusaciones, Estados Unidos no sancionó directamente al príncipe heredero, sino que decidió imponer restricciones de visado al grupo de hombres responsables del asesinato argumentando que “no deseaban una ruptura de los lazos diplomáticos, sino un reajuste”
Con todo, la administración Biden ha demostrado que no tiene intención de ser arrastrado de nuevo a los conflictos en Oriente Medio: primero, volviendo a las negociaciones con Irán para resucitar el maltrecho JCPOA (el cual Donald Trump abandonó unilateralmente en 2018, imponiendo de nuevo duras sanciones a la república islámica) como prometió Biden durante toda la campaña, aunque aún sin un acuerdo alcanzado; y segundo, confirmando la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán (aunque incumpliendo el plazo acordado con los talibanes, que se ha alargado hasta el 11 de septiembre)
DIPLOMACIA REGIONAL
El 18 de abril, Financial Times informaba sobre la celebración de varias reuniones secretas entre funcionarios iraníes y saudíes en Irak, con el objetivo de reparar las relaciones entre ambas potencias.
Apuntaban que el primer ministro iraquí, Mustafa al-Kadhimi, habría estado organizando dichos encuentros. Su objetivo es convertir a Irak en una potencia mediadora en Oriente Medio para conseguir cierta estabilidad y que el territorio iraquí deje de ser el campo de batalla en las disputas regionales. Además, el portal Amwaj informaba de que otros actores de la región como Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Jordania también estarían participando en las reuniones.
Ese mismo día, varios funcionarios saudíes desmintieron las filtraciones, pero apenas una semana después, el propio MBS confirmaría los avances diplomáticos con Irán durante una entrevista en televisión en la que exhibió un cambio de tono evidente respecto al régimen iraní. “Arabia Saudí quiere estabilidad regional y no se opone a mantener conversaciones con Irán”. En dicha entrevista, también mencionó el difícil momento por el que están pasando las relaciones EEUU – Arabia Saudí.
Por su parte, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, Saeed Jatibzadé, celebró el giro diplomático saudí y aseguró que “la cooperación entre Arabia Saudí e Irán puede conducir a la paz y la estabilidad en la región”.
¿QUÉ SE ESPERA QUE OCURRA AHORA?
Parece claro que ambos regímenes están dispuestos a hacer concesiones para alcanzar un cierto grado de entendimiento. Pero, tras tantos años de “guerra fría” y acusaciones cruzadas, ¿qué razones han llevado a las dos potencias archienemigas a sentarse en la mesa de negociaciones?
Podríamos resumir las causas de este acercamiento diplomático en 4 puntos:
- El primer punto, sin duda el más relevante, es la retirada progresiva de Estados Unidos de Oriente Medio. La primera potencia mundial ha identificado un nuevo enemigo en el que destinar todos sus esfuerzos: China. Con las fuerzas estadounidenses perdiendo el interés en la región y en el apoyo incondicional a sus aliados (sobre todo en el régimen saudí, que se ha convertido en un amigo incómodo, como explica Gregory Gause para Foreign Affairs), Mohamed Bin Salman ya no podrá dejar su seguridad en manos de los norteamericanos, sino que deberá comenzar a participar en una diplomacia regional que irremediablemente conllevará algunas concesiones dolorosas.

- En segundo lugar, la guerra de Yemen se está convirtiendo en un problema grave para Arabia Saudí porque, además de hacerles perder credibilidad militar al no ser capaces de derrotar a un enemigo muy inferior, los ataques hutíes dentro del territorio saudí están comprometiendo la seguridad en las ciudades del reino (lo cual perjudica gravemente su imagen de país estable en un momento en el que las inversiones internacionales son cruciales para reducir su dependencia del petróleo).
- La tercera razón de este cambio en el panorama diplomático es que representa una oportunidad para Mohamed Bin Salman, que podría intentar recuperar la confianza de Estados Unidos contribuyendo a que Oriente Medio por fin sea una región estable. Estos cambios diplomáticos ya se dejaron ver en enero, cuando el llamado “Cuarteto Árabe” formado por Baréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí finalizó su bloqueo diplomático a Catar (también aliado estadounidense).
- Por último, pero también fundamental, está la grave crisis económica que sufren tanto Arabia Saudí como Irán tras más de un año de pandemia. La economía saudí se ha desplomado con la caída del precio del petróleo de 2020, mientras que las sanciones internacionales han ahogado económicamente al régimen saudí, a pesar de su resiliencia.
LA LUZ AL FINAL DEL TUNEL
Con todo, no hay que precipitarse. Las conversaciones regionales no han hecho más que empezar, y hay muchos escollos que superar para que realmente mejore la relación entre los sunitas saudíes y los chiitas iraníes (como las actividades de grupos respaldados por Irán, el desarrollo de su programa de misiles balísticos, o la situación en Yemen). Además, algunos países como Israel no participan de esta diplomacia regional y pueden boicotear los procesos de paz en Oriente Medio en busca de una Arabia Saudí hostil hacia la república islámica.

Queda un largo camino por delante. No obstante, hay motivos para ser optimistas. Primero, porque las reuniones no son bilaterales, sino a nivel regional, lo cual puede contribuir a que estas no sólo sirvan para aliviar la tensión entre las dos grandes potencias de Oriente Medio, sino para crear verdaderamente un espacio más estable. Segundo, porque este acercamiento no ha sido impuesto por potencias extranjeras, sino que todos los actores han accedido motu proprio a revisar la situación y buscar soluciones. El liderazgo regional es clave a la hora de llegar a acuerdos y de aplicarlos con éxito.
Ante los augurios de quienes decían que Oriente Medio sería un caos cuando Estados Unidos lo abandonase (como si no lo fuese ya), la diplomacia se abre paso como un instrumento que, tras muchos años guardado en el armario, por fin podría resolver un problema crónico.Quizá allá donde no han funcionado las balas funcionen las palabras.
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