El Océano Ártico se encuentra en el centro de una pugna geopolítica por controlar sus recursos petrolíferos y gasíferos que ha generado una creciente militarización de la región. Rusia, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca y Noruega se disputan el control de sus espacios marítimos. Además, el deshielo ártico producido por el calentamiento global ha abierto la puerta a nuevas rutas marítimas alternativas al Canal de Suez, planteándose incluso la posibilidad de crear una ruta central que atraviese el casquete polar.
En medio de esta disputa se encuentran los organismos e instituciones implicadas en la lucha contra el cambio climático, que temen que la extracción de los recursos árticos y la apertura de nuevas rutas comerciales agrave la crisis climática. Otros actores relevantes son las comunidades indígenas del Ártico (inuits, saamis, aleutas, etc.), que se debaten entre explotar la riqueza de sus tierras a fin de potenciar el desarrollo económico, o conservar su estilo de vida tradicional, gravemente amenazado por el aumento de las temperaturas y el consecuente deshielo.
La fragilidad del ecosistema Ártico no ha disuadido a Rusia de aumentar su poderío militar en la región, que tiene un valor particularmente elevado para Moscú, pues representa un 20% de su PIB además de una barrera natural que protege su territorio. Por su parte, China se ha mostrado muy interesada en los recursos naturales árticos, para la extracción y comercialización de los cuales planea crear una “Ruta Polar de la Seda”. Estados Unidos también tiene fuertes intereses estratégicos en la región, por lo que percibe el aumento de la presencia militar rusa y las ambiciones de China como una amenaza. Esto llevó a su entonces presidente, Donald Trump, a sugerir la compra de Groenlandia, un territorio autónomo de Dinamarca de 58.000 habitantes y que ya cuenta con base aérea estadounidense de Thule. Todo apunta a que el Ártico se está convirtiendo en el escenario de una nueva Guerra Fría que va a reorientar el mapamundi.

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