La situación geográfica de Turquía hace de este un territorio de contrastes entre las tan diferentes culturas de Europa y Asia. Este hecho provoca que la política y economía del país conformen un híbrido de diferentes intereses, con la mirada siempre puesta en Occidente, con una relación de altibajos ante las instituciones europeas, pero también en otros continentes, como es el caso de África.
Desde finales del siglo XX, el país heredero del antiguo Imperio otomano tiene un objetivo claro, redefinir la identidad internacional de Turquía y pasar del estatuto de aliado de Occidente al rol activo y constructivo de actor global, tal y como afirmó el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Ismael Cen, apuntalando la política exterior neo-otomana del siguiente siglo.