El 6 de abril de 2021 la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, junto con el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, visitaron Turquía para reunirse con su homólogo Erdogan y así calmar el clima de tensión entre la Unión Europea y Turquía que viene creciendo desde el año pasado y avanzar en un consenso entre ambas potencias.
Sin embargo, las imágenes de la reunión, en las que la presidenta era relegada a un segundo plano, así como los escasos compromisos adquiridos durante la misma son una muestra más del viraje neo-otomano que ha tomado Turquía. En este sentido, a lo largo del presente artículo analizaremos este neo-otomanismo turco, los orígenes del mismo y las evidencias palpables que podemos percibir del nuevo viraje turco.
Ursula von der Leyen, en un sofá, a distancia de Erdogan y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. (EFE para el Diario de Navarra)
¿Qué es el neo-otomanismo?
Previo al análisis de las causas, consecuencia y efectos del neo-otomanismo de Erdogan es necesario definir esta política. Se entiende, por lo tanto, por neo-otomanismo las decisiones políticas y sociales que está tomando Turquía y que buscan, de alguna manera, recuperar el pasado imperial que tuvo hasta la Primera Guerra Mundial, y por el cual era la potencia más importante de la Región MENA y, al mismo tiempo, la cabeza del islam, puesto que el Sultán era el título que los musulmanes turcos le daban al Califa. De hecho, y, pese a los múltiples intentos de grupos islámicos de autodenominarse califas (como es el caso del califato del ISIS), se considera canónicamente que el último califa fue el sultán otomano.
Turquía: ejemplo de laicismo y modernización
Tras la Gran Guerra, el general Mustafa Kemal más conocido como Attaturk dejaba atrás la historia del Imperio Otomano, el cual desde comienzos del siglo XX había caído en desgracia y se encontraba dividido por las dos grandes potencias coloniales, Reino Unido y Francia, quienes se habían repartido las provincias otomanas en el Tratado de Sykes Picot (1917).
De esta manera, de la mano del general Attaturk realiza su rápida transformación en la Republica de Turquía que no ajena a los enfrentamientos con su vecindario, como es posible comprobar con la guerra greco turca y el genocidio armenio, firmará los tratados de Sèvres y Lausana en el periodo de entreguerras caminando de forma rápida hacia la “occidentalización”.
Así pues, Turquía al dejar atrás el otomanismo se alza como un país laico, tanto en su política como en sus gobiernos. Esta modernización fue acompañada de unas nuevas relaciones diplomáticas que transformaron a la antigua potencia enemiga en uno de los principales aliados de Estados Unidos durante la Guerra Fría. Tal es el punto que Turquía, en gran medida por su valor geoestratégico, fue uno de los primeros países miembros de la OTAN; además de ser miembro fundador de la OCDE.
El “eterno candidato”
A estos avances y alianzas mencionadas anteriormente, hay que añadirle la estrecha vinculación con las Comunidades Europeas, actual Unión Europea, y con el Consejo de Europa, del cual Turquía forma parte desde sus inicios, pese a no ser miembro fundador. Asimismo, y pese al cuestionamiento sobre la “europeidad de Turquía” ya que se encuentra a medio camino entre el continente asiático y el europeo, Turquía se convirtió con el Acuerdo de Ankara de 1963 en Estado Candidato para entrar en la Comunidad Europea comenzando con ello, su proceso de negociación.
Turquía se convirtió en el “eterno candidato” acarreando, con ello, un cansancio en la población turca y en sus gobernantes, que en su mayoría habían sido pro europeos pero que, sin embargo, percibían que Turquía nunca iba a ser aceptado como un socio igualitario, es decir, como un Estado Miembro bajo la excusa religiosa. No obstante, este aspecto es un tupido velo que esconde otras muchas razones, entre las que cabe destacar el hecho de que se convertirá, con su entrada, en el país más poblado de la Unión Europea lo que supondría el mayor número de europarlamentarios; y, al mismo tiempo, es un país agrícola con un PIB per cápita inferior al de los países europeos, lo que implicaría la recepción de un alto porcentaje de los fondos FEDER.
El viraje neo-otomano
El año 2011 fue un año convulso para la región MENA y es que en diciembre comenzaban en Túnez las mal llamadas “primaveras árabes”, que, aunque con menor impacto, también afectaron a Turquía. Sin embargo, no fueron solo las protestas internas sumadas al descontento de la población turca por la crisis económica y la desesperanza de entrar en la Unión Europea, sino que el giro neo-otomano estuvo también vinculado a la aparición de partidos políticos islamistas, así como a las guerras de Siria y Libia que tuvieron repercusión inmediata en Turquía.
Un residente del barrio de Znatah, en Trípoli, pasea entre los escombros de su vivienda, tras el bombardeo efectuado por las tropas del mariscal Jalifa Hafter. (MAHMUD TURKIA / AFP en El País)
El primero de ellos supuso que, a raíz de la creación de coaliciones islamistas agrupadas en la Organización para la Cooperación Islámica, así como al incremento de votos al Partido Kurdo, el partido del actual presidente, Justicia y Desarrollo, abandonase el laicismo más institucional y recuperase el islamismo político de sus orígenes abandonando el discurso moderado para evitar el ascenso de otros partidos políticos. Este hecho ha ido en crecimiento en los últimos años suponiendo, consecuentemente, la reislamización de la política turca.
Las dos guerras mencionadas, han sido, sin lugar a duda, causa y efecto del viraje neo-otomano que buscaba reconstruir la Gran Turquía. Ambas guerras estallaron a escasos kilómetros de las fronteras de la península de Anatolia teniendo un efecto directo en la política de este país, tanto a nivel interno como en su política exterior. En el caso de la guerra en Siria, los efectos de esta son fácilmente percibibles comenzando por la llegada de millones de sirios que huían del conflicto.
Turquía tampoco tenía las capacidades para hacer frente a tal volumen de llegadas, en un momento de crisis económica y social que afectó a la población turca y se trasladó, posteriormente a su política. A ello se le suma otro factor clave a nivel interno como es la eterna disputa con la minoría kurda del país, la cual incrementó su importancia a raíz del conflicto y que ha llevado a que en la actualidad Erdogan busque ilegalizar el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
La guerra siria supuso que la población sirio-kurda se empoderase al convertirse en uno de los principales aliados de Estados Unidos en la guerra, incrementándose con la victoria de los kurdos, la tensión en el norte de Siria y la frontera sur de Turquía. Este aumento de popularidad de la causa kurda fue visto por Erdogan como una amenaza directa ante una posible sublevación de esta minoría lo que le llevó, aprovechando la campaña electoral de Trump, a invadir el norte de Siria y a comenzar una persecución contra el pueblo kurdo.
Más alejado de la política interna y en búsqueda de expandir su política internacional y alzarse como un actor internacional relevante en la región, está la intervención de Turquía en la guerra de Libia. Desde 2019 Turquía se ha convertido en un actor más en la guerra civil del país magrebí apoyando al Gobierno de Acuerdo Nacional (reconocido por la ONU), frente a la posición de sus principales vecinos (tanto de la región MENA como europeos), y amenazando al gobierno de Haftar (el otro bando en la guerra libia) con iniciar acciones armadas si se requiere.
Así pues, Turquía ha logrado convertirse en un actor de peso en Libia dotando de hombres y armas al gobierno internacionalmente reconocido y oponiéndose a otros actores internacionales de peso, de manera que, el resultado de la guerra, de serle favorable, supondría un crecimiento en su influencia en la región. No obstante, el interés de la política exterior neo-otomana en Libia no termina con su intervención en la guerra de manera directa, sino también de manera indirecta ya que son muchos los “beneficios” que ha obtenido y que, al mismo tiempo, han supuesto un incremento de la tensión con los países europeos.
En esta línea hay que destacar el acuerdo alcanzado entre Turquía y el gobierno libio por el cual se reparten de manera bilateral la Zona Económica Exclusiva del Mediterráneo Oriental incluyendo lo que Grecia y Chipre demandan como aguas propias. Este acuerdo, que se ha realizado conforme al Derecho Internacional supone una amenaza directa a los países europeos renaciendo, con ello, la tensión entre ambos. Además, hay que señalar, que de hacerse oficial el Acuerdo de las Aguas del Mediterráneo Oriental, Turquía dispondría de un territorio rico en petróleo, incrementando con ello sus extracciones y, consecuentemente, su PIB.
Delimitación de las aguas según la visión turca y la visión griega. (Felipe Sánchez Tapia para Atalayar)
De esta manera, los enfrentamientos entre la Unión Europea y Turquía que han llevado a considerar la toma de sanciones por parte del Consejo Europeo, sumados a las imágenes mostradas el pasado miércoles, no son sino una muestra más del viraje neo-otomano de Estambul. Son pues, un ejemplo, de cómo el “eterno candidato” ha girado 180 grados dando la espalda a la Unión Europea para tratar de recuperar la influencia que antaño tuvo en la región MENA.
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