¿Tiene usted sospechas de que un populista puede estar, ahora mismo, en las cercanías de su barrio? ¿Siente usted la amenaza latente de un quiebre social? ¿Percibe usted una constante sensación de desencanto y desarraigo que espera desesperadamente por una figura divina que traiga el “elixir” de salvación? Si su respuesta fue un “sí”, es posible que esté siendo víctima de la influencia social generada por el fenómeno del populismo.
Como suele suceder en el vasto campo de las Ciencias Sociales y la Política, existen términos cuyos alcances pueden llegar a ser difusos y, por consiguiente, sus usos se multiplican exponencialmente. Tal es el caso del concepto “Populismo”, o “Populista”, que ocasionalmente se debate entre ser una caracterización discursiva en el contexto de hacer política y ser una manera peyorativa de expresar el disgusto por las acciones de alguna figura pública.
De cualquier manera, el objetivo del presente artículo no es ahondar en la multiplicidad de usos y acepciones que puede llegar a tener el concepto del populismo, sino que, entendiendo su existencia, busca establecer una serie de características que le permitan a sus lectores identificar su presencia.
Esta influencia puede ser aún incipiente, o estar extendida no solo en usted, sino en su círculo social, territorial y familiar. Todo depende del nivel de exposición y de la detección temprana. De cualquier manera, lo importante es conservar la calma. En este artículo le mostraremos algunas características y/o síntomas que le ayudarán a identificar la presencia de un populista en su barrio.
DICOTOMÍA SOCIAL
Quizás una de las características más reconocibles de un populista es el planteamiento de una dicotomía social, que no es otra cosa que establecer en su narrativa la existencia de una realidad donde las personas se ven subyugadas a la voluntad de las “Élites corruptas y conspiradoras”, que se articulan en contra de los intereses populares (según manifiestan Levitsky y Ziblatt, 2018). Allí, el populista se alza cual caudillo para emprender una suerte de guerra contra estos enemigos del pueblo.
En el discurso populista, la antes mencionada élite (pudiendo ser política, económica, o de otro tipo) no incluye a quienes conforman las filas de aquel que viene a denunciarlas. Ello a pesar de que pudiesen estar estrechamente relacionados. En otras palabras, la construcción discursiva del líder populista puede conseguir que, aunque sus filas se compongan de individuos y grupos cercanos a estas teóricas élites dominantes, no sean considerados como tal, resguardando la legitimidad de su cruzada.
EL PUEBLO
No entre en desesperación. No es que la sola mención al concepto de “pueblo” convierta a su autoridad cercana en un populista. El populismo emplea un mecanismo ligeramente más complejo, a través del cual el concepto de “pueblo” se torna una construcción ideológica cuya morfología varía constantemente, en función del contexto político y/o de las nuevas enemistades que surjan (en alusión a lo expresado anteriormente).
Para Laclau (según rescata Claudio Riveros), el “pueblo” de un populista es una masa heterogénea de demandas que se articulan en grupos diversos dentro de la sociedad, donde la unión frente al antagonismo del poder institucional les permite formar parte de una causa social única, que apunta contra el enemigo común de turno.
Es preciso señalar que, desde la propia heterogeneidad de demandas que conforman al “pueblo”, su construcción e identificación puede variar según el desarrollo de las narrativas que se den lugar. En palabras sencillas, quien antes fuera un enemigo, mañana puede ser un gran amigo.
EL CARISMA Y EL PERSONALISMO
Un populista que se respeta, busca la instalación de relaciones cercanas con su “pueblo”. Abraza la lógica de un liderazgo sin intermediarios con las masas que le apoyan, mostrándose como una personalidad alcanzable. Ese es, probablemente, uno de los grandes pilares de su carisma. Porque sí, el populista es, entre otras cosas, un líder carismático y encantador frente a los grupos que busca representar.
En la búsqueda de una identificación mayor, capaz de propiciar la cercanía con las masas, es habitual que los líderes populistas den rienda suelta a la construcción de un relato identitario, que exprese a cabalidad sus orígenes humildes (que pueden ser ampliamente cuestionables). A través de ello, construye también su legitimidad como genuino (y único) representante de la voluntad popular o, según señala María Esperanza Casullo, se alza como “redentor” del pueblo. Todo ello por cuanto su origen se encuentra lejos de las élites enemigas de las masas oprimidas y, por consiguiente, cercano a aquellos que busca representar.
EL MITO DEL OUTSIDER
Gerardo Aboy (2001), en su texto “Repensando el populismo”, establece que las experiencias populistas utilizan dentro de sus recursos el distanciamiento con el pasado político-institucional de su contexto. Es decir, el populista apunta a instalar la idea de que su intromisión en el escenario político resulta en un evento fundacional para las masas que le siguen, en una suerte de origen mítico.
En suma, el líder populista construye su imagen como outsider. Un personaje que ingresa a la política sin pertenecer a ella (sea esto cierto, o no), representando las demandas populares que se han fraguado en el descontento hacia las élites tradicionales y concentrando en su persona la encarnación legítima de la voluntad popular.
EL RIESGO A LA ESTABILIDAD DEMOCRÁTICA
Si llegó hasta este punto y mantiene sus sospechas respecto a su posible populista local, es probable que, en algún punto, se haya preguntado “¿Es acaso algo terrible que un populista aparezca en mi barrio?”. No se preocupe, es un cuestionamiento perfectamente válido. De hecho, el universo académico ha debatido en torno a ello en más de una oportunidad.
En muchos casos, las experiencias populistas están relacionadas con procesos de urbanización y representación de clases desfavorecidas en el escenario político a través de reformas institucionales, nacionalizaciones y aumento de la presencia estatal, entre otras características (como señala Gonzales, 2007). Sin embargo, históricamente, el populismo supone una serie de conductas que descansan sobre el autoritarismo y ponen en riesgo la estabilidad democrática de los países.
En el texto “¿Cómo mueren las democracias?”, los autores señalan que experiencias populistas en América Latina (como las de Fujimori, Chávez, o Perón), evolucionan rápidamente desde el antagonismo que plantean sus líderes, hacia expresiones políticas autoritarias, e incluso, hacia la concentración del poder en el manejo del Estado. Del mismo modo, autores como Mudde y Rovira (2017) manifiestan que, a pesar de que el populismo no es por sí mismo contrario a la democracia, sí expresa una forma de organización política que representa a las mayorías poniendo en entredicho los derechos de aquellas minorías que no forman parte de su narrativa, o que derechamente se encuentran entre los antagonistas de su discurso. Así, la experiencia populista exalta elementos que persiguen la identificación mayoritaria en desmedro de la transversalidad del respeto por la dignidad y los derechos de las sociedades en que se instalan.
COMPLEJO, PERO NECESARIO
Para finalizar, es preciso señalar que son muchas las consideraciones y características que quedan fuera de la capacidad de análisis del presente texto. La complejidad e inmensa dimensión del fenómeno populista hacen imposible su abordaje en un espacio reducido. Es más, no es posible para el autor siquiera brindar una lista de ejemplos que ayude a entender la actualidad de la experiencia populista, sin al menos rozar innumerables cuestionamientos políticos y epistemológicos para ello.
¿Para qué dedicar un artículo completo a la caracterización de un concepto que ni siquiera es posible aplicar con seguridad a los liderazgos que nos rodean? Precisamente, en miras a la imposibilidad de un acuerdo generalizado sobre quiénes son, o no son, líderes populistas.
En el contexto actual, donde las narrativas autoritarias, el nativismo y el sabotaje de los avances en derechos sociales en diferentes instancias de representación van en aumento, se vuelve imperioso que las sociedades aprendan a identificar determinadas señales de alarma que propicien la puntualización de discursos que pudieran poner en riesgo la estabilidad democrática y sus valores. Al menos, es necesario para aquellos que ven en la democracia un valor intrínseco para el desarrollo de la voluntad política de las personas.
NOTA: Los planteamientos e ideas contenidas en los artículos de análisis y opinión son responsabilidad exclusiva, en cada caso, del analista, sin que necesariamente representen las ideas de GEOPOL 21.
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